8 de agosto. El día que parecía tan lejano por fin llega. Hoy hacemos un mes desde nuestra llegada a República y algunas sentimos que llevamos aquí viviendo años. La gente, las calles y el ambiente de este país ya es parte de nosotras. Sentimientos a flor de piel junto con una mezcla de tristeza y alegría nos invaden al levantarnos. Tras disfrutar ayer de nuestro último día en la capital, amanecemos en Herrera con la compañía de las Madres Clara, Dhariana y Dayana que nos acompañarán durante este día.
Nuestro último
café en tierras dominicanas. Nuestro último panecillo con jamón y queso por las
mañanas y, como no, nuestro último despertar juntas después de un mes de
convivencia.
Nos arreglamos y
terminamos de empaquetar las cosas para así poder aprovechar la mañana antes de
ir al aeropuerto. Dirigidas por la gran conductora y líder Dayana, ponemos
rumbo a la primera parada, el Faro a Colón. El viaje, a pesar de no ser en la
parte de atrás de la furgoneta que tanto nos gusta, fue muy divertido. Entre
canciones, música y risas, comenzamos la mañana de la mejor manera posible. La
segunda parada fue la de la famosa Cueva de los Tres Ojos.
Empapadas por la
lluvia nos subimos a la camioneta dirección a los Frailes para disfrutar de la
que sería nuestra última comida juntas con la Comunidad Concepcionista dominicana.
Aún no éramos conscientes de que el tiempo pasaba y de que, cada vez, estábamos
más cerca de dejar lo que había estado siendo durante un mes, nuestra segunda
casa.
Al llegar,
terminamos de conocer a la religiosa que nos faltaba, Madre Ana Virginia, y nos
reencontramos con algunas otras como Madre Dominga y Madre Altagracia. El
ambiente fue genial. Como el de una reunión familiar en toda regla. Nos hubiera
encantado quedarnos más, pero, debido al tiempo, tuvimos que empezar a
movernos. Esta vez, rumbo al aeropuerto. Antes de dejar la casa, fuimos a la
capilla en la cual nos reunimos el primer día que llegamos y donde Ana Rosa introdujo
unas palabras acompañadas de una oración, dando gracias por todo lo vivido.
Acabamos en el mismo sitio donde empezamos, pero con la diferencia de que, en
medio de todo, hemos podido disfrutar de una experiencia maravillosa de la que
no éramos conscientes al principio.
Con la furgoneta
lista ya, nos despedimos de las religiosas y fuimos dirección al aeropuerto
junto con las madres que nos acompañaban esta misma mañana. ¿Estaba llegando el
fin? Sí, eso parecía. Tras algún pequeño incidente en la facturación (pusieron
dos billetes con el nombre de Lucia C.) pasamos por la oficina de migración.
Obviamente no podíamos irnos de aquí sin liarla un poquito aunque fuera, por lo
que, nada más pasar el control, escuchamos por los altavoces del aeropuerto el
nombre de María Araujo Pérez. ¿Que había pasado? Todo eran risas y nervios a la
vez. Un minuto más tarde, al nombre de María se le unieron el de Lucía y el de
Clara. Muertas de risa y sin entender nada, nos dirigimos al mostrador para
pasar o para tratar de pasar migración. En este país, cuando tú llevas más de
30 días, tienes que pagar unas tasas de extensión de estancia. Nosotras hace
una semana fuimos a Haití, por lo que la estancia que llevábamos en República
era de apenas 11 días. Fue muy gracioso ya que al tratar de explicarle esto a la
chica encargada, nos preguntó si éramos todas religiosas, a lo que Ana Rosa
contestó con una sonrisa en la cara que por supuesto. Intentando evitar y
controlar nuestras risas, nos pidieron los pasaportes. Al ver que no teníamos
hábito ninguna de nosotras, la chica nos preguntó que a qué se debía, a lo que
Ana Rosa volvió a contestar que era porque estábamos en periodo de formación y
que por eso no salíamos con el atuendo adecuado. Como podéis imaginaros, las
risas aumentaron, pero, sin embargo, esto funcionó. Gracias a esta divertida
anécdota y al ingenio de Ana Rosa nos dejaron pasar sin ningún tipo de problema
los controles y encima… ¡ahorrándonos las tasas! ¡¡¡Vivan las religiosas
Concepcionistas!!!
Por si fuera
poco, llegamos a la puerta de embarque y nos dicen que ha tocado por sorteo la
revisión de una maleta y… ¿adivinad de
quién era? ¡Pues nuestra obviamente! La protagonista en este caso fue Lucia C.
Le hicieron abrir delante de los policías toda la maleta y ver cosa por cosa
todo lo que tenía. Imaginaros: aguacates, mangos, mermeladas y dulces todos
envueltos en papel de periódico… en fin, la cara del policía lo decía todo. Y,
por si fuera poco, le dijeron que llevarse 7 paquetes de café eran demasiados…
(lo que ellos no sabían era que Enci e Isabel se llevaban unos 50 cada una).
Preparadas y sin
ningún otro percance por el camino, nos dirigimos hacia la puerta de embarque
donde pasamos sin ningún problema (por muy extraño que parezca). Los asientos
del avión nos tocaron separados, pero gracias a nuestra labia y arte español (y
algún que otro regate) logramos organizarnos por parejas y tríos para pasar el
viaje lo más entretenidas posibles.
Una vez sentadas en
el avión, nos íbamos dando cuenta de la realidad. Dejaríamos esta isla a un
lado en cuestión de horas y pondríamos rumbo a nuestras casas. Dejaríamos atrás
las clases, colegio, excursiones, risas y una convivencia de lo más especial.
En resumidas cuentas, esto se acababa.
El viaje iba a
ser largo, ya que serían 8 horas llegando así a Madrid a las seis y media de la
mañana cansadas y con el horario un poco trastocado.
Honestamente, no
creo que seamos aún del todo conscientes de lo que significa volver a casa.
Durante este mes hemos estado viviendo cada momento del día como si fuera único,
con un ritmo e intensidad fuera de lo normal. Habíamos compartido risas e incluso
lágrimas. Habíamos compartido momentos especiales.
Convivir con alguien
un mes las 24 horas del día, sin despegarse, es mucho.... Hemos creado un vínculo
muy fuerte entre nosotras y apartarse de ello iba a ser realmente duro. Sin
embargo, creo que necesitaremos tiempo para asentar y procesar todo lo vivido.
Como dice una de
las canciones de Madre Carmen Sallés “la misión es para almas grandes”. Y así ha
sido en este caso. Esta frase me impactó mucho el primer día que la escuché. “¿Cómo
es exactamente una persona con un alma grande?”, me decía. Pues bien, una
persona así es aquella persona que da sin esperar recibir nada. Una persona
sencilla que ama a Dios e intenta reflejar ese amor en su día a día. Hoy por
hoy, podemos confirmar que cada persona con la que nos hemos cruzado durante
este viaje es especial. Eso sí, cada una a su manera.
Nosotras, hemos
tenido la suerte de vivir esta experiencia de misión de la mano de esta
congregación que se ha convertido en familia para nosotras.
Al principio del
mes, comentábamos en algún post que estamos aquí de forma providencial, porque
tenía que ser así, por eso siempre nos preguntábamos: “¿Por qué yo? ¿Por qué
nosotras y no otras personas?” Pues bien, creo que hablo en nombre de todas si
digo que ya hemos encontrado la respuesta. Creo que esta experiencia nos ha
hecho descubrir lo que podemos dar y ofrecer a los demás, cada una por separado.
Nos ha abierto un camino que esperemos siga dando frutos allá donde vayamos
porque, como bien dijo Ana Rosa, la misión no acaba aquí. Esto es solo el principio
y a partir de ahora es cuando vamos a poder empezar e iniciar cada una nuestra misión
particular.
¿Volveremos a
Consuelo? Os preguntaréis. Pues bien, eso no lo sabemos. Por supuesto que queremos,
pero eso sólo lo dirá el tiempo. Lo que sí podemos decir es que no podemos
estar más agradecidas y contentas de todo lo vivido y de todo lo que hemos
crecido con este proyecto. Porque, pase lo que pase, una parte de Consuelo se
va con nosotras a casa. Una parte de Consuelo se quedará en nuestros corazones
allá donde nos lleve la vida.