martes, 8 de agosto de 2017

NOS VAMOS, SÍ, PERO LA MISIÓN NO ACABA AQUÍ


8 de agosto. El día que parecía tan lejano por fin llega. Hoy hacemos un mes desde nuestra llegada a República y algunas sentimos que llevamos aquí viviendo años. La gente, las calles y el ambiente de este país ya es parte de nosotras. Sentimientos a flor de piel junto con una mezcla de tristeza y alegría nos invaden al levantarnos.  Tras disfrutar ayer de nuestro último día en la capital, amanecemos en Herrera con la compañía de las Madres Clara, Dhariana y Dayana que nos acompañarán durante este día.

Nuestro último café en tierras dominicanas. Nuestro último panecillo con jamón y queso por las mañanas y, como no, nuestro último despertar juntas después de un mes de convivencia.
Nos arreglamos y terminamos de empaquetar las cosas para así poder aprovechar la mañana antes de ir al aeropuerto. Dirigidas por la gran conductora y líder Dayana, ponemos rumbo a la primera parada, el Faro a Colón. El viaje, a pesar de no ser en la parte de atrás de la furgoneta que tanto nos gusta, fue muy divertido. Entre canciones, música y risas, comenzamos la mañana de la mejor manera posible. La segunda parada fue la de la famosa Cueva de los Tres Ojos.










Empapadas por la lluvia nos subimos a la camioneta dirección a los Frailes para disfrutar de la que sería nuestra última comida juntas con la Comunidad Concepcionista dominicana. Aún no éramos conscientes de que el tiempo pasaba y de que, cada vez, estábamos más cerca de dejar lo que había estado siendo durante un mes, nuestra segunda casa.

Al llegar, terminamos de conocer a la religiosa que nos faltaba, Madre Ana Virginia, y nos reencontramos con algunas otras como Madre Dominga y Madre Altagracia. El ambiente fue genial. Como el de una reunión familiar en toda regla. Nos hubiera encantado quedarnos más, pero, debido al tiempo, tuvimos que empezar a movernos. Esta vez, rumbo al aeropuerto. Antes de dejar la casa, fuimos a la capilla en la cual nos reunimos el primer día que llegamos y donde Ana Rosa introdujo unas palabras acompañadas de una oración, dando gracias por todo lo vivido. Acabamos en el mismo sitio donde empezamos, pero con la diferencia de que, en medio de todo, hemos podido disfrutar de una experiencia maravillosa de la que no éramos conscientes al principio.







Con la furgoneta lista ya, nos despedimos de las religiosas y fuimos dirección al aeropuerto junto con las madres que nos acompañaban esta misma mañana. ¿Estaba llegando el fin? Sí, eso parecía. Tras algún pequeño incidente en la facturación (pusieron dos billetes con el nombre de Lucia C.) pasamos por la oficina de migración. Obviamente no podíamos irnos de aquí sin liarla un poquito aunque fuera, por lo que, nada más pasar el control, escuchamos por los altavoces del aeropuerto el nombre de María Araujo Pérez. ¿Que había pasado? Todo eran risas y nervios a la vez. Un minuto más tarde, al nombre de María se le unieron el de Lucía y el de Clara. Muertas de risa y sin entender nada, nos dirigimos al mostrador para pasar o para tratar de pasar migración. En este país, cuando tú llevas más de 30 días, tienes que pagar unas tasas de extensión de estancia. Nosotras hace una semana fuimos a Haití, por lo que la estancia que llevábamos en República era de apenas 11 días. Fue muy gracioso ya que al tratar de explicarle esto a la chica encargada, nos preguntó si éramos todas religiosas, a lo que Ana Rosa contestó con una sonrisa en la cara que por supuesto. Intentando evitar y controlar nuestras risas, nos pidieron los pasaportes. Al ver que no teníamos hábito ninguna de nosotras, la chica nos preguntó que a qué se debía, a lo que Ana Rosa volvió a contestar que era porque estábamos en periodo de formación y que por eso no salíamos con el atuendo adecuado. Como podéis imaginaros, las risas aumentaron, pero, sin embargo, esto funcionó. Gracias a esta divertida anécdota y al ingenio de Ana Rosa nos dejaron pasar sin ningún tipo de problema los controles y encima… ¡ahorrándonos las tasas! ¡¡¡Vivan las religiosas Concepcionistas!!!

Por si fuera poco, llegamos a la puerta de embarque y nos dicen que ha tocado por sorteo la revisión de una maleta y…  ¿adivinad de quién era? ¡Pues nuestra obviamente! La protagonista en este caso fue Lucia C. Le hicieron abrir delante de los policías toda la maleta y ver cosa por cosa todo lo que tenía. Imaginaros: aguacates, mangos, mermeladas y dulces todos envueltos en papel de periódico… en fin, la cara del policía lo decía todo. Y, por si fuera poco, le dijeron que llevarse 7 paquetes de café eran demasiados… (lo que ellos no sabían era que Enci e Isabel se llevaban unos 50 cada una).




Preparadas y sin ningún otro percance por el camino, nos dirigimos hacia la puerta de embarque donde pasamos sin ningún problema (por muy extraño que parezca). Los asientos del avión nos tocaron separados, pero gracias a nuestra labia y arte español (y algún que otro regate) logramos organizarnos por parejas y tríos para pasar el viaje lo más entretenidas posibles.






Una vez sentadas en el avión, nos íbamos dando cuenta de la realidad. Dejaríamos esta isla a un lado en cuestión de horas y pondríamos rumbo a nuestras casas. Dejaríamos atrás las clases, colegio, excursiones, risas y una convivencia de lo más especial. En resumidas cuentas, esto se acababa.
El viaje iba a ser largo, ya que serían 8 horas llegando así a Madrid a las seis y media de la mañana cansadas y con el horario un poco trastocado.
Honestamente, no creo que seamos aún del todo conscientes de lo que significa volver a casa. Durante este mes hemos estado viviendo cada momento del día como si fuera único, con un ritmo e intensidad fuera de lo normal. Habíamos compartido risas e incluso lágrimas. Habíamos compartido momentos especiales.
Convivir con alguien un mes las 24 horas del día, sin despegarse, es mucho.... Hemos creado un vínculo muy fuerte entre nosotras y apartarse de ello iba a ser realmente duro. Sin embargo, creo que necesitaremos tiempo para asentar y procesar todo lo vivido.




Como dice una de las canciones de Madre Carmen Sallés “la misión es para almas grandes”. Y así ha sido en este caso. Esta frase me impactó mucho el primer día que la escuché. “¿Cómo es exactamente una persona con un alma grande?”, me decía. Pues bien, una persona así es aquella persona que da sin esperar recibir nada. Una persona sencilla que ama a Dios e intenta reflejar ese amor en su día a día. Hoy por hoy, podemos confirmar que cada persona con la que nos hemos cruzado durante este viaje es especial. Eso sí, cada una a su manera.
Nosotras, hemos tenido la suerte de vivir esta experiencia de misión de la mano de esta congregación que se ha convertido en familia para nosotras.
Al principio del mes, comentábamos en algún post que estamos aquí de forma providencial, porque tenía que ser así, por eso siempre nos preguntábamos: “¿Por qué yo? ¿Por qué nosotras y no otras personas?” Pues bien, creo que hablo en nombre de todas si digo que ya hemos encontrado la respuesta. Creo que esta experiencia nos ha hecho descubrir lo que podemos dar y ofrecer a los demás, cada una por separado. Nos ha abierto un camino que esperemos siga dando frutos allá donde vayamos porque, como bien dijo Ana Rosa, la misión no acaba aquí. Esto es solo el principio y a partir de ahora es cuando vamos a poder empezar e iniciar cada una nuestra misión particular.


¿Volveremos a Consuelo? Os preguntaréis. Pues bien, eso no lo sabemos. Por supuesto que queremos, pero eso sólo lo dirá el tiempo. Lo que sí podemos decir es que no podemos estar más agradecidas y contentas de todo lo vivido y de todo lo que hemos crecido con este proyecto. Porque, pase lo que pase, una parte de Consuelo se va con nosotras a casa. Una parte de Consuelo se quedará en nuestros corazones allá donde nos lleve la vida.



No hay comentarios:

Publicar un comentario