Un día más despertamos en Consuelo, y hoy en todas nosotras hay una mezcla
agridulce de sentimientos. Por un lado, contentas porque vamos a ver a nuestros
niños y niñas, los protagonistas que nos sacan unas sonrisas, pero, por otro
lado, es un día triste porque hoy nos toca despedirnos de todos ellos, tanto
los de la Escuela Antonio Paredes Mena como del Batey la Plaza. Esta
experiencia está llegando a su fin y el primer momento amargo viene con ese
decir adiós a las personitas que tantos buenos momentos nos han regalado durante
el tiempo que llevamos en este bellísimo país.
Ya la oración en la capilla fue especial. Nuestra profe Enci nos tenía
preparado un rato de reflexión compartida espectacular, hoy el tema era el
regalo de la vocación como maestro.
Tras un desayuno rápido, porque todas queríamos llegar lo antes posible al
cole, nos fuimos cargadas de regalos y mucha alegría para la escuela. Allí
estaban desde muy pronto nuestros pedacitos de cielo esperándonos para
recibirnos con un abrazo. El poder del abrazo aquí es impresionante.
Hoy en la escuela era un día especial. Dejábamos de lado los deberes para
tener un día festivo. La mañana comenzó como es habitual izando la bandera,
cantando el himno de la nación y repasando todas las oraciones cantadas que
durante estas cuatro semanas hemos estado aprendiendo. Después Ana Rosa fue
llamando a los niños que no habían faltado ni un solo día a la escuela de
verano y les fue entregando una carpeta de la ONG que los niños españoles habían
dibujado para el concurso solidario que se organizó durante el pasado año escolar.
Era digno de ver las caritas de felicidad cuando eran nombrados por la
presidenta y cada tutor le hacía entrega de tan encantador regalo.
Después del desayuno estuvimos llevando a cabo un taller en el que cada grupo
estuvo decorando con papeles de colores el escudo concepcionista, que más tarde
serán utilizado para decorar las clases de la escuela.
Acabado el taller tuvimos un rato de juegos en el patio, para luego
comenzar con la tan esperada gimkana. Ese momento fue especial porque los niños
disfrutaron yendo por diferentes partes del patio haciendo distintas pruebas; pruebas
que iban desde pintarse en la cara la bandera española y dominicana, una prueba
de acrosport, baile, relevo de cucharas, carrera con agua…
Fue durante el juego cuando el tío Julio vino con Emmanuel, un chico de 23
años becado por la Fundación Siempre Adelante desde pequeñito hasta concluir
sus estudios universitarios como ingeniero. Disfrutamos todas viendo una vez más
el buen trabajo que hace la Fundación facilitando que personas que tienen
capacidad y ganas pero no teniendo los medios económicos suficientes, puedan
llegar a alcanzar sus sueños, gracias a la generosidad de padrinos y madrinas de
los diferentes países donde está la Congregación.
El final de la mañana llegó cuando cada profe con su grupo fue a su aula. Allí
llegaba el momento de la despedía, no sin antes entregar dos pequeños obsequios
a cada niño: una foto del grupo que pudiese ser un recuerdo para ellos de la
experiencia de este verano y una bolsa con material escolar, de todo lo que
generosamente diferentes entidades nos donaron antes de venir aquí.
Ya no podíamos retrasar más el momento de la despedida. Había que decir adiós.
Y ninguna sabíamos cómo hacerlo, porque no queríamos separarnos de esos regalos
que el Señor nos había concedido. Abrazos, besos, un “profe no se vaya”, un “profe
llévenos a España”, un “profe volverá el próximo verano”... así fuimos poco a
poco dejando que esas florecillas nos fuesen diciendo no adiós, sino un hasta
pronto. Fue un momento de una riqueza exquisita, de un ensanche de corazón en
el que cabían todos y seguía habiendo espacio para más. Tenemos que reconocer
que a más de una alguna que otra lagrima corrió por nuestras mejillas, pues
cuesta separarse de quien te quiere, y te quiere con el corazón.
Tras esos momentos, volvimos a casa, y durante el camino, fuimos contando
lo vivido. Pero, lo bueno de todo esto, es que la tarde iba a ser igual. En la
comida también teníamos un momento especial, Dolores (Madre Dolores) se nos iba
unos días a la capital y, cuando vuelva a Consuelo, no estaremos aquí. ¡Ay,
Dolores!, ¡lo que te vamos a echar de menos! Has sido durante estos días una
madre para todas nosotras. Con tu alegría, tus bromas y tu sonrisa siempre en
la cara, has hecho que este mes aquí haya sido como estar en nuestras casas.
Dolores, te queremos y nos llevamos a España un trocito de ti.
Después de un breve descanso, pusimos rumbo a nuestro querido batey. La
llegada fue muy bonita. Una gran cantidad de niños nos estaban esperando dentro
y fuera de la escuela. La novedad de esta tarde es que, además de niños, teníamos
un nutrido grupo de madres que también querían decirnos adiós. Se presentaba
una tarde de familia.
La actividad en el batey comenzó como cualquier otro día: primero un rato
de juegos, de hablar con niños y madres, para después pasar a cantar las
canciones que durante las cuatro semanas habían estado aprendiendo. Lo bueno es
que esta tarde sus voces sonaban de otra manera, de una manera especial. Eran
voces más intensas, en las que cada palabra que cantaban llevaba una parte de
ellos. Ya poníamos personas a esos cantos, a esos gestos.
Lo bonito de ese momento fue ver cómo las mamás de esos niños se unieron al
grupo para cantar como un grupo más las canciones que ellas habían ido
aprendiendo cada tarde. A ellas se las veía felices, contentas, era un día de
fiesta, quizás el más festivo de hacía mucho tiempo.
Además, hoy teníamos una celebración especial. Justamente hoy Jesús
Alejando (más conocido por todos como Alejandrito) cumplía 18 años. Sí, su mayoría
de edad era justamente hoy, y qué mejor ocasión que celebrarlo todos juntos. Y así
lo hicimos. Las profes le preparamos una pancarta en el que día: “Felices 18
Alejandrito. De tus profes españolas”. Le impusimos la corona, y, como todo un
rey, le colocamos una banda amarilla, su color preferido, en el que se leía: “Ay
morenito, por ti me derrito”, frase que el mismo pronuncio y que fue de éxito total
durante estas últimas tardes. Es bonito decir que, ante ese gesto, Alejandrito
echo una lagrimillas, pues es lo último que él se esperaba, ya que como él nos
dijo, no pensaba celebrarlo así.
La tarde prosiguió con una gymkana de lo más animada, la merienda y el
reparto de materiales entre los alumnos que asistieron durante estas cuatro
semanas a la escuela.
¡Qué contentos todos! Parecía que habían venido los Reyes Magos. Llevarse
un cuaderno, unos lápices y una linterna, entre otras cosas, era para ellos
motivo de fiesta y más fiesta.
Y como ocurrió por la mañana teníamos también que decir adiós. Este adiós iba
a ser un pelín más difícil, pues la experiencia con los niños del batey ha sido
más intensa. Eran menos y las carencias afectivas eran mayores, lo que sin
darnos cuentas nos ha llevado a empatizar más con ellos, y por lo tanto a
compartir más.
Pero había que decir adiós. Y aunque el corazón se nos partiese en dos, era
un pequeño trago que debíamos superar. Así que, con la sonrisa en la cara, los
brazos bien abiertos para acogerlos y muchos besos en las mejillas, fuimos despidiéndonos
uno a uno de nuestros niños, de nuestras florecillas, que tantos buenos
momentos nos han aportado.
La vuelta también del batey fue especial. Hoy el tío Julio se subió en la
parte trasera de la camioneta y nos deleitó con canciones típicas, lo que hizo
que la vuelta fuese más corta y nuestra mente estuviese entretenida para no
pensar que lo que dejábamos atrás.
Llegamos a casa, cenamos y a celebrar con la comunidad las fiestas
patronales del Santo Cura de Ars.
Tras la Eucaristía, volvimos a casa, estábamos muy cansadas. Había sido un
día intenso, muy intenso, cargado de sentimientos y emociones. Ahora nos toca
descansar, dejar que todo lo vivido se vaya asentando para ser capaces de
expresarlo a nuestra vuelta.
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