Nuestro día
comenzó bien temprano en Los Frailes. Nos esperaba un largo viaje hasta Haití y
había que aprovechar la jornada al máximo. Tan temprano era que ni los
estómagos estaban despiertos para desayunar. Menos mal que nuestras hermanas de
Herrera nos esperaban con el desayuno preparado cuando pasamos a recoger a
Madre Yria. Ella, junto a las junioras Mariel, Estelita y Penélope, viajaría con
nosotras hasta Dajabón.
Entre sueño y
vigilia seguimos nuestro viaje. A medio camino, hicimos una parada en el Santo
Cerro, donde se encuentra el Santuario de Nuestra Señora de las Mercedes,
Patrona de República Dominicana. Allí también existe un lugar conmemorativo de
dónde Cristóbal Colón colocó la cruz en su segundo viaje a América. Pero, lo más
impactante, son las vistas del paisaje que se pueden disfrutar desde lo alto
del cerro, presidido por una inmensa cruz y un gigantesco rosario.
Tras encomendarle
a la Virgen nuestro viaje, proseguimos camino, de la mano de nuestro conductor
Juan. Ya no volveríamos a parar hasta Dajabón, donde se encuentra el puesto
fronterizo. Allí compramos la comida que llevaríamos a Haití y nos despedimos
de las junioras y de Juan, antes de seguir camino a la frontera, adonde fuimos
acompañadas por Marxis, quien forma parte de la comunidad de Haití, Madre Yria y
Gerald, un jesuita. En el lado dominicano de la frontera, tuvimos que rellenar
los documentos de salida del país, justo antes de cruzar el puente que separa
los dos países, una tierra de nadie que ya comienza a marcar las diferencias
entre ambas realidades. Tan sólo unos metros de distancia, y volvemos a entrar
en un puesto fronterizo, esta vez en Haití, para rellenar los documentos de
entrada al país. Fue un proceso más protocolario que costoso, y, con todo, nos
han dicho que hemos tenido suerte en haberlo hecho tan rápido, porque
últimamente habían estado teniendo problemas en la frontera.
¡Por fin
estábamos en Haití y de forma legal! El camino en camioneta hasta nuestra casa,
pasando por el pueblo de Ouanaminthe, ya nos fue mostrando los contrastes entre
la realidad de República y la de Haití. Ana Rosa vino esta vez en la parte de
atrás y nos fue introduciendo a lo que íbamos encontrando, ya que ella había
estado aquí en años anteriores, participando en el campamento misionero
organizado por las Concepcionistas de Estados Unidos.
La distancia que
separaba la frontera de nuestro destino no era demasiada. Apenas unos 15
minutos en coche, y llegamos al pueblo de Dilaire, donde se encuentra nuestro colegio.
Allí nos esperaba M. Germaine, la directora de la escuela, quien nos recibió
con mucho cariño y, desde el principio, niños, muchos niños que iban
apareciendo poco a poco. Nunca nos habíamos sentido tan contempladas durante la
comida, ya que, mientras nosotras dábamos buen recaudo del picapollo, el grupo
de chavales estaba sentado en el patio esperando a que terminásemos para ir a
jugar con ellos.
Y así se ha
pasado nuestra tarde, rodeadas de niños: con ellos hemos jugado, nos hemos
subido a los árboles, hemos bailado, hemos cantado, hemos visitado las
instalaciones de la escuela, hemos visitado el barrio y entrado a saludar a las
familias, hemos ido a la anterior escuela, nos hemos resguardado del aguacero
vespertino, todo en un ambiente de mucha cercanía y cariño, saludando a la
gente por la calle, sobre todo Ana Rosa, quien se estaba reencontrando con muchas
personas queridas de sus anteriores visitas.
Son varias las
cosas que nos han impresionado de esta experiencia. En primer lugar, nos ha
roto los esquemas la facilidad con que hemos podido interactuar con los niños a
pesar de la barrera del idioma. Había momentos en los que hasta se nos olvidaba
que no podíamos comunicarnos en la misma lengua, porque realmente se ha
cumplido que existe un lenguaje universal, el del amor. Sin hablar el mismo
idioma, nos han enseñado un entretenido juego con piedras. Lo poco que
necesitan para divertirse es impresionante.
También nos ha llamado la atención que
los niños están sin la supervisión de un adulto, pero están muy pendientes los
unos de los otros. Los niños hacen su vida en la calle sin la presencia de sus
padres. El aguacero que ha caído nos ha hecho reparar más en que muchos de los
niños caminan descalzos, sin importarles las condiciones del suelo.
La anterior
escuela ha hecho que se nos cayera el alma a los pies, al comprobar las
condiciones en las que tenían que asistir a clase esos niños, antes de que
nuestra escuela entrar en funcionamiento. Esa precariedad hace que llame
incluso más la atención todo lo que la Fundación Siempre Adelante,
especialmente desde Estados Unidos, ha hecho para mejorar las condiciones de
vida de estos niños, lo que influye al pueblo en general.
El broche de oro
de esta inolvidable jornada ha sido la cena con Madre Germaine. Durante la
misma, ella nos ha contado la impresionante historia de esta escuela y de cómo
las Concepcionistas llegaron a este lugar. Y, como no, por aclamación popular
¡nos ha contado su vocación!, que también es de quedarse boquiabierto –cosa que
procurábamos no hacer, por si los bichos nocturnos…-
Hoy ha sido un
día de los más intensos que hemos vivido desde que comenzamos esta experiencia,
un día que, definitivamente, se va a quedar grabado en nuestros corazones.
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