viernes, 14 de julio de 2017

DESCUBRIENDO LA OTRA CARA DEL CARIBE

Un nuevo día termina para este grupo de misioneras.  Un nuevo día para archivar en nuestra memoria, lleno de sonrisas, besos, abrazos y muchísimo cariño.
Como cada mañana, acudimos a la Iglesia del Cura de Ars para poner nuestro día en manos de Dios y de la misma manera pedir por todos esos niños que cada día nos acompañan y también por sus familias. No os podéis imaginar la sencillez y la humildad de los rostros que nos reciben cada día al cruzar la puerta del colegio. Nada más entrar en el patio, todos los niños salen corriendo hacia nosotras para recibirnos con sus mejores sonrisas, aunque, si bien es cierto, el ratito de asamblea en el que cada profe nos juntamos con nuestros alumnos, nos sirve para descubrir los conflictos, las dificultades y también los momentos de alegría que cada uno está pasando: nuevos miembros en sus familias, padres que encuentran trabajo, familiares enfermos, largos kilómetros de recorrido para llegar a la escuela... y, sin embargo, siguen brillando con luz propia cuando ven llegar a sus "profes". Las primeras horas de la mañana se desarrollaron de manera normal.
Cuando llega el recreo, los niños esperan ansiosos a que Ana Rosa llegue con la bolsa (aquí se dice "funda") cargada de juegos, y cada niño busca la mejor forma de divertirse: hacernos trencitas en el pelo, saltar a la comba, jugar con la pelota... eso sí, siempre en nuestra compañía.





Cada día, antes de irnos a casa, introducimos en un estuche el nombre de los niños que se han comportado bien, tanto en las clases como en los talleres. Hoy, la novedad llegaba al finalizar los mismos, ya que en cada clase sacamos un papelito del estuche obteniendo así el nombre del ganador de la primera semana.
El premio fue un estuche con una piruleta en su interior y los alumnos premiados salían de la escuela emocionados y alegres porque su buen comportamiento había sido premiado. También valoraban que el regalo lo hubiesen traído sus profes desde España.






Después de comer, tuvimos un ratito para dormir, aunque no pudimos alargar mucho la siesta porque... ¡teníamos que preparar las mochilas! Salíamos temprano para Sabana de la Mar, un pueblecito pesquero que se encuentra en la provincia Hato Mayor del Rey, al noreste de la isla. El viaje fue curioso, puesto que dejamos a un lado nuestra furgoneta para montar en una guagua durante casi dos horas. La carretera no está en buen estado y, entre curva y curva, pudimos seguir conociéndonos. Nos dejaron justo en la puerta de la que será nuestra casa este fin de semana, por supuesto Madre Dolores, Madre Augusta y Madre Cristina nos recibieron con los brazos bien abiertos.



Tras un ratito de descanso en el que disfrutamos de un sabroso guineo (plátano) y repusimos energías, salimos a dar un paseo y visitar el malecón (muelle de Sabana). 




En la cena, disfrutamos de un pescado colorado típico de Sabana llamado minuta, acompañado de tostón (plátano frito). Madre Cristina compartió con nosotras un dulce de guayaba que guardaba desde hace seis meses para una ocasión especial. Nos sentimos muy alagadas y agradecidas con las hermanas por su buen trato y acogida.




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