Un nuevo día
comienza en Consuelo y, lejos de parecer rutinario, también ha sido un día
especial. En realidad, aquí todos los días son especiales; todos tienen su
encanto.
El día de hoy
comenzó de forma un tanto distinta, pues amanecimos muy temprano para ir a la
Iglesia del Santo Cura de Ars, a oír misa de 6:30, la cual nos dio fuerzas para
afrontar el resto del día. A continuación, desayunamos y pusimos rumbo a la
escuelita, donde una vez más recibimos con ilusión a nuestros niños, y con
ello, su cariño y sus abrazos.
Todo parecía
tranquilo, pero bajo una mañana calurosa se escondía en realidad una nueva
tormenta tropical.
Los truenos empezaron a hacerse notar en la escuela y todas
pensamos en una misma cosa al ver la lluvia: los bateyes…. Qué rollo, el suelo
ahora estará embarrado, las clases tan precarias, estar empapadas toda la
tarde, a ninguna nos apetecía. Pero, en ese momento, cuanto más desanimadas
estábamos vino a nuestra mente la cara de todos esos niños que con tanta
ilusión todas las tardes nos esperan, y en ese momento, nuestra pereza se
convirtió en esa mecha que prende en toda persona cuando se siente querida.
Estábamos dispuestas a todo, aunque la lluvia durase toda la tarde. Sin
embargo, la lluvia cesó, y afortunadamente, pudimos continuar con nuestra
misión.
El calor matutino
y el duro trabajo de la escuela nos dejó un poco sin fuerzas, pero nada como
una buena comida, una siesta y unos marcianitos
antes de poner rumbo a los bateyes.
Hoy también tuvimos a una invitada muy
especial que nos acompañó en nuestra labor: Madre Irmar, de quién cada día
aprendemos algo nuevo: desde consejos para la escuela hasta modalidades de
comer aguacate.
Llegamos al batey
un poco más temprano que otros días y eso hizo que pudiéramos jugar con los
niños un rato antes de comenzar las clases, dirigidos por Madre Irmar.
Hoy también fue
un especial hasta la merienda, pues, gracias a Sujey, los niños recibieron una
bandeja llena de dulces. Cuál fue nuestra sorpresa cuando todas observamos que los
niños guardaban parte de su bandeja para compartirlas con sus familias. Qué
ejemplo más grande de generosidad pudimos tener en cuestión de segundos.
Aunque al
principio los bateyes nos generaban mucho respeto, lo cierto y verdad es que, en
solo tres días, este lugar nos ha cautivado, y todas nos sentimos como parte de
esa familia. La sonrisa de los niños y sus madres, su recibimiento y sus ganas
de aprender y jugar lo hacen todo más fácil.
Incluso el camino de vuelta ya se
nos hace más corto y los baches en la parte trasera de la camioneta ya ni nos
duelen.
Una vez en casa,
y antes de la cena, le dedicamos un rato al Señor. El tema de hoy fue el regalo
del tiempo que Dios nos da a través de una oración que compartimos en grupo en
la capilla.
La cena fue
sorprendente, especialmente por vivir en primera persona lo maravillosos que
son los atardeceres caribeños... y por saber que, en caso de amenaza, siempre podremos contar con la protección de Madre Dolores y su servilleta.
Nos sentimos muy
contentas de vivir esta experiencia, porque tenemos la suerte de que las
hermanas hacen cada día de su casa la nuestra, lo que nos hace no echar tan en
falta nuestro hogar.
Emocionada de leer cada post que publicáis, cada experiencia vivida y cada logro que con ella conseguis sumar a vuestras vidas. Estas experiencias son las que hay que vivir. Estamos en este mundo para darnos a los demás y qué mejor que hacerlo sin esperar nada a cambio, aunque en vuestro caso, la recompensa es enorme. La satisfacción de hacer tan felices con poco a estos niños, es inmensa.
ResponderEliminarOrgullosa de ver como amigas mías, al igual que el resto de compañeras, participan en proyectos así. Un saludo y muchos besos desde España y a la espera impaciente del siguiente post!!!!!